nota 6



El vapor de agua, ardiente, inundaba el baño. No distinguía su perfil en el espejo, y los mechones cobrizos se le pegaban a la piel húmeda. Las grietas del mármol dibujaban divertidos perfiles en la penumbra de la ducha: tal vez un dragón, pensó. Y al acariciarlo, cientos de gotas se condensaron en sus dedos, resbalando por el codo hasta el hueco de su axila.
Había encontrado el pequeño café casi por casualidad, rastreando la Plaza de los Artistas mientras agotaba un cigarrillo tras otro. Iba dejando un rastro de ceniza al caminar. En cuanto el filtro le rozaba los labios, lo dejaba caer al suelo, aplastándolo suavemente entre los adoquines con el tacón de su sandalia. Fue tras el tercer cigarrillo cuando vio el café. Casi por casualidad, porque la hubiese encontrado de todas formas. Estaba sirviendo las mesas, de espaldas al sol. Llevaba el pelo a lo garçon, más corto aún, y unos vaqueros maltratados que no ocultaban las huesudas rodillas.
Drania se acercó hasta la mesa más soleada y pidió un zumo de naranja. Encendió el cuarto cigarrillo con un leve chasquido y tiró la tarde observando a la joven entre los aros grises de sus cigarros. A veces, ella le sonreía, entre bandejas, cafés y croissants. Cuando se puso el sol, la invitó a cenar en un bistró cercano. Cuando se terminaron la charla superficial y la última crêpe de chocolate, la invitó a tomar una copa en su atelier. Cuando subían por las escaleras, se le echó al cuello, y ella se dejó acorralar contra la pared, con el deseo bulléndole ya ombligo abajo.
–Silvia... –susurró, lamiendo el lóbulo de la oreja dormida.
Más tarde aún, desnudas sobre la alfombra roja, se besaron largo rato con la desgana del hastío entre sus lenguas hendidas. Drania, adormilada, acariciaba tiernamente su espalda. Fue entonces, al sentir erizarse de placer las escamas agazapadas bajo la piel de Silvia, cuando recordó. Recordó el Ritual en la oscura densidad de la Caverna, donde aullaban las Siete reposando las alas rotas en sus tronos de roca sobre el pozo de lava. Recordó el dolor en sus oídos cuando hablaron:


Ha sido encontrado. El último, un Tarasque.
Saldréis mañana hacia París. Engendraréis sus vástagos.
Hasta que un híbrido respire, lo retendréis.
Después, entregaréis el cuerpo a la Llama.
La Era de los Dragones ha terminado.


Recordó cómo relucían las tijeras de fuego sobre la Estalagmita Hoyada, entre los tronos de piedra. Cómo reventaron sus oídos cuando uno de sus mechones ardió en la lava, sellando la promesa de muerte. Cuando la visión terminó, encendió un cigarrillo en los ojos de Silvia y fumó largamente, ahogando el miedo en el humo gris, hasta quedarse dormida.
El vapor de agua, ardiente, inundaba el baño. Se acercó al espejo ciego y su mano limpió la superficie con impaciencia. Un perfil de mujer se reflejó de golpe en el cristal, envuelto en cabellos cobrizos. Ahogó una carcajada, cerró el grifo de la ducha y salió del baño. No habría vástagos de Silvia.

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